jueves, 1 de abril de 2010

Arroyo de voces

Ya llevamos dos ediciones de estos paseos poéticos: El primero con el título del blog y el segundo con el de Senda Savia.

sábado, 4 de julio de 2009

“Al pasar el arroyo, os digo el barquero:
Las niñas bonitas no pagan dinero”



A la Anita y a la Charo,
Quienes después de darse un baño de Aire,
Lograron transformar el fuego terral
En agua de arroyo claro, fuente serena






Que me perdone el Dios del Cielo, pero uno se ha criado en lo que se ha criado, y hoy domingo, once de mayo de 2008, diez menos cinco de la mañana, el cuerpo me pide hacer BALANCE Y PERSPECTIVAS, al igual que hiciera Trotsky (Dios lo tenga en su gloria y le haya quitado el piolet de la cabeza, que debe de molestar un huevo) después del fracaso de la revolución de 1905[I].

Procuraré no extenderme mucho y ser breve, lo cual es muy difícil para mí, ya que al saberme de conocimientos enciclopédicos y pluma hábil, amén de ser poseedor en mi almario de una modestia de la hostia (¡Agggggg!, ya empiezan a salir de mi gentil pluma bellísimos parónimos) pues es francamente difícil, pero lo intentaré.

Vaya por delante que no quiero hacer un pormenorizado análisis del evento, las situaciones y su futuro porque aunque sé positivamente que todos estaréis de acuerdo conmigo en que mi análisis sería, por supuesto, el mejor de todos, el más lúcido y el más incisivo, aparte de que iría en una prosa comparable cuanto menos a la de Jovellanos en su “Informe sobre la Reforma Agraria”, pues como que no.

El cuerpo no me pide rigor científico; demándame belleza, recuerdos, sensaciones, emotividad plena, parestesias, acúfenos… Ese regustillo que deja en el alma el pecado, ¿verdad?; el sabor del beso burlado, ese tacto dulcemente reconfortante del seno femenino en su esplendor de colina aljarafeña, el retrogusto de la copa de vino rojo amorosa y que es trasegada de los dulces labios de ella a los tuyos, el olor del jazmín oriental en ese parque del que escribió - ¡más de cien años hace para nuestro bien! - Cavestany pensando - ¿acaso podría ser de otro modo? - en que mi Esperanza lo recitara en la Glorieta de Bécquer con un mántón rojo y toda la gracia de la Serranía de Ronda en su cuerpo que se jacía cruces cá vé que hablaba de nuestro Parque.

El cuerpo me pide también acordarme de ese guapísimo chiquillo sevillano que, en brazos de su madre y con esa vocecilla entrecortada que sólo tienen los niños, recitó el tío, con poquitas ayudas maternales apuntadoras, a San Antonio Machado en esa calle del Aire que huele a magnolio y a Roma andaluza…

El cuerpo, ¿o es el alma? me trae recuerdos de ese Manolo hecho un manojo nervios en las Dueñas recitando el autorretrato más perfecto y hermoso de toda la literatura en nuestra lengua:

“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
Y un huerto claro donde madura el limonero…”


El cuerpo, o tal vez mis dedos digitalmente digitales tecleando analógicamente en el teclado, me traen, como es lógico, mi lectura del “Te quiero” de don Luís en la calle donde vivió y de donde surgió este arroyo cantarino de lozana agua de sierra en las cabecitas femeninamente femeninas de la Llorquita (de casta le viene al galgo, y de aquellos baratillos salieron estos carillos) y la Charo[II], y creo que no me salió mal del todo, a pesar de la precipitación en la elaboración del guión. Al fin y al cabo, como digo en la Nota introductoria de mi libro:
Cada uno es como es, y al fin y al cabo siempre eres hijo de tus propias obras y del humus de donde vienes: de la leche tibia con que te crió tu madre, de aquellos roces infantiles con la primera novia, de los dulces coscorrones con que te educó tu padre, y de los tebeos que gozaste, las películas que viste, los libros que te emocionaron y los hijos que ayudaste a parir. De todo ello, sale un ente concreto y único en todo el universo que eres tú, con tus gustos y aficiones particulares.

Esta parida mía que queda como muy mona al comienzo de un libro y tal, pues luego, en la vida cotidiana se traduce en que te cobran el importe completo de la multa porque se te olvidó el plazo, te cobran un veinte por ciento más en el sellito del coche y en el I.B.I. de la vivienda por lo mismo y te quedas sin ver la exposición de Sorolla porque cuando te decides a visitarla también ha prescrito.


Yo comencé lo del arroyo con una canción de Hernández, pero la idiota de Ana me dijo algo así como que ¿dónde iba a conseguirme una flauta travesera, un violonchelo y un bajo?. ¡Joder!, ni que le hubiese hablado de la Sinfónica, porque yo sigo pensando que tres instrumentos y sus intérpretes deben ser fáciles de hallar.
Después me decanté por leer. Que si Hernández, que si Serrat, que si José Afonso, que si Cetina, que si tal, que si cual. Abreviando, me decidí por Cernuda, y pensé en el “Yo fui”, después en “Donde habite el olvido”, que me daba pie para hablar del dilema del erizo, Schopenhauer, Freud… pero, de repente y como nueva muestra de que hay un Dios en los Cielos que vela por todos nosotros, me choqué con el “Te quiero”, breve poema del libro de 1931 “Los placeres prohibidos”, el mismo año en el que, como todos sabéis, se proclama la República y don Luís tiene el valor de declararse públicamente en Madrid homosexual.
En lo que a mí y al Arroyo de Voces hace referencia, el “Te quiero” cernudiano me ponía varias cartas en la mano:
1ª.- Estaba casi convencido, como así fue, de que no era conocido por la mayoría de los presentes.
2ª.- Hablaba de un estilema cernudiano: el amor.
3ª.- Esta era la carta que llevaba oculta en la manga como debe hacer todo tahúr que se precie. Me permitía hacer un requiebro, casi a puerta gayola, a la mujer que, hoy por hoy y desde hace ya que tanto, más quiero y, last but not least, más me gusta.
Perdonad que no diga su nombre, pero es que guarro y cerdo como soy (varón a fin de cuentas) todavía no me he lavado la boca y tengo por norma no mencionarla ni besarla sin hacer antes varios lavatorios bucales con el colutorio correspondiente.


A mí me parece que hay que requebrar mucho a la mujer, a la hembra que llevas al lado, y sobre todo si es la tuya; y no digamos ya si, encima, es la madre de los dos patrimonios que más quieres en todo el mundo mundial (Ponfe dixit).
Una mujer querida y vislumbrada desbarata por una vez la muerte (Benedetti dixit)
Entonces, si uno no tiene ya palabras, si los adjetivos se te amontonan precipitadamente uno después de otros, pues que mejor tarea que robar palabras. Y puestos a ejercer de ladrones, a quién robar mejor que a los mejores artífices de las palabras, a los poetas. A los magos de lo inasible, lo bello, de lo que no puede comprar la Visa.[III] Y lo mejor es escoger al mejor de entre los mejores, y ahí sale al ruedo don Luís. Y ahí coges la pelota ya para entrar a puerta de su “Te quiero”. Y ahí viene la Llorquita, que lo tenía yo todo muy bien preparado para la calle Acetres donde nacieron al gran Cernuda y va y me dice: “Pero Rafa, que más te da en Acetres que en Aire, que así no rompemos el itinerario y cómo hemos reservado en La Vinería para las dos y media, pues…”, y me lo dice con armas femeninas, que ya sabéis que la mujer está buena pero es ladina por naturaleza, y como solo usa la cabeza para el peine porque no es como nosotros los machos, pues me agarra del brazo, me tira sonrisas, me hace currumacos, y yo, que lo que me pedía el cuerpo era estrangularla porque me estaba jodiendo todo, [IV] como he sido educado en el respeto a la otredad, el culto a la empatía y, sobre todo, el miedo más absoluto a la acción policial y judicial del Estado omnímodo, pues claudiqué y me fui para Aire reordenando mis notas para darle algún sentido a lo que iba a contar.
Pero dejemos que la oscura nube deje de amenazar al arroyo y regocijémonos una vez más al comprobar cómo quemando nubes pasa el sol y que siempre, siempre, tras la tempestad viene la calma, y retomemos el punto en que robo a don Luís su “Te quiero”, lo recito, mídolo, págolo, léolo; guárdolo y vóyme contento. Y es que cuando, paso previo a la lectura, digo lo de: “Esta frase minúscula y enorme a la vez es la que da título al poema de Cernuda y al mismo tiempo la que constituye el primer verso del poema. Y a mí me vino de perlas, como anillo al dedo, porque yo tengo la suerte, el gran tesoro, de tener al lado una persona, cada uno es como es, a la que me gusta mucho, mucho, muchísimo decirle esa frase. Va por ella esta lectura.” pues que se me derrite como mantequilla en celo, se viene para mí con ese dulce, dulce, dulcísimo balanceo que tiene la fémina al caminar, la veo destilar almíbar por todo su cuerpo y me entrega el testigo, que ahora me pertenece por haber leído, del ramo rojigualda ¡Ole mi tierra! que, detallazo de la Charo, nuestra excelsa organizadora le da previamente a mi Esperanza para que sea ella, y no otra persona, quien me lo ponga entre mis manos.
Este fue un gran momento para mí, creo que debéis entenderlo caros amigos, y como reflexión final dirigida únicamente a los varones, deciros robadamente ¿podría ser de otra forma? que si ocurre un desconsuelo, un apagón o una noche sin luna es conveniente, y hasta imprescindible, tener a mano una mujer desnuda (Benedetti dixit).

Hay otro momento importante. Fue un momento casi que espectacular. En la Vinería, después de que repartiera los papeles con el “Te quiero” y algunos poemas más entre los que se encontraba el “Más que a nadie” que escribiera un Serrat muy joven tras leer el poema de Cernuda, me pregunta Maite: “Rafa, ¿ese poema puedo leerlo yo?”. Y le respondo que por supuesto, que es suyo y que por eso lo he regalado a todo el mundo. Bueno, pues llegamos a la Glorieta de Bécquer, serían ya casi las seis de la tarde; como ya he comentado le había explicado a Maite la historia del poemita de Serrat, y va la muy inocente y me dice:

-Rafa, ¿porqué no me la introduces?.


Claro, hay que tener en cuenta que Maite, al fin y al cabo, es mujer; y no es como varón, que somos más leídos, más instruidos, tenemos un vocabulario más rico, en fin… Si Miguel, Tomás o Andrés me hubiesen pedido lo mismo, pues me habrían espetado tal que así:
- Rafa, ¿porqué no me prologas?.

O bien:

- Rafa, me gustaría que me hicieses un proemio o isagoge.

En resumidas cuentas, los varones disponemos de otros recursos. Entre otras cosas porque si le pedimos a un amigo que nos haga una introducción, pues ya sabemos el cachondeo que tal petición arrastra, y como nunca queremos dejar en entredicho nuestra virilidad porque somos de la estricta opinión de que por el ojo del culo no debe de pasar ni el bigote de una gamba, pues rizamos el lenguaje[V].

En fin, camaradas, que hay tres sábados en el año que relucen más que el sol, Sábado Santo, sábado del Derby y el sábado del arroyó, y lo mejón de tó esto es la amistad, ese sentimiento libre y desinteresado que consiste en quedar con veinte locos como tú a jasé er indio por las calles, plazas y parques de esta ciudad; que pá otra vez podíamos buscarnos un localito, señores ya como somos, con un violonchelo, una flautita travesera y un bajo para que yo pueda cantar el soneto del Gran Poder de Miguel Hernández. Aunque debo confesaros una cosa. A mí, más que todas estas mariconadas del Garcilaso y el Cernuda, lo que me gusta de verdad, de verdad, es introducirla. Y dejémonos de zarandajas. Un varón de verdad, un varón de dolores, un varón español cuando no la introduce se la está meneando como un mono, y el que lo niegue miente como bellaco. Me refiero, claro está, a la poesía. El varón debe introducir la poesía o menealla, si lo primero no es posible. Que ya lo dijo el gran Calderón en su Alcalde, el de Zalamea:
“Introducilla, y si no menealla”

En fin, con Garcilaso o sin él, con el gran hipérbaton de Góngora, con heptasílabos o decasílabos, con arte menor o mayor, con Serrat o con leches en verso, con versos en la boca y con leches en el cuerpo, lo más hermoso de todo es el veros tan bien y tan a gusto.




“No somos bonitas, ni lo queremos ser,
Que el barquero quiere al nuestro querer”
[I] Sí, hombre, la del Potemkin, que se rebeló toda la tripulación porque ná má que pensaban en comé los marineros, porque eran seres primarios, no como nosotros, que somos seres elegidos que nos alimentamos de Becquerillas, Machaditos y Cernudillas, amén de Cetinas de León, buenos villalones de la Sierra, nos bebemos nuestros Riojas de la bodega de don Francisco que compramos por las tabernas de Argote de Molina o de la plaza de Jáuregui y, a veces saboreamos con don Baltasar en el Alcázar; y de postre nos gustan algunos árabes muy especiados de jengibre y sésamo como los almutamides o las rumaikiyas.

[II] Comentario importante a pie de página: Quede constancia por escrito de que tanto a la Esperancita como a un modesto servidor (lo de modesto es verdad, coño) nos ha caído de puta madre esta mujer morena de piel de luna. Así que a ver si nos vemos, nos tomamos unas copas y echamos unas risas, que siempre deben ser bienvenidas.
[III] Bueno, sí que lo puede comprar. En la Casa del Libro, en Librería Beta., etc. Pero es que los libros son caros de cojones.
[IV] Cuando leas lo que tenía preparado entenderás porqué deseé estrangularte, Anita Llorca Román de la Plaza de la Gavidia
[V] El caso más extremo lo encontramos en Góngora, creador del lenguaje más sibilino y oculto de toda la literatura castellana.

¿quiénes somos? ¿de dònde venimos? ¿a dónde vamos?

Somos un grupo de amigos de muchos años ha; algunos incluso de la infancia, pero abiertos a todo el mundo.
De Sevilla.
A divertirnos, a aprender, a aprehender, a leer, a beber, a comer, a lo que surja

Arroyo de voces

El arroyo claro y la fuente serena llenaron nuestra infancia de poemas y versos.

Ahora, con cerca de los sesenta, siguen alimentando la fantasía.

Por favor, sin cortedad:

Pasen y lean.